Es noticia
La paradoja de la extinción o por qué debería haber más incendios para olvidarnos de ellos
  1. Medioambiente
entrevista a Marc Castellnou

La paradoja de la extinción o por qué debería haber más incendios para olvidarnos de ellos

Las sociedades urbanas pretenden conservar sus bosques como están sin entenderlos, ni comprender el papel del fuego. Castellnou cree que cuanto más tiempo tardemos en rectificar, mayores serán los incendios

Foto: Castellnou hablando a través de un dispositivo móvil. (Cedida)
Castellnou hablando a través de un dispositivo móvil. (Cedida)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Marc Castellnou Ribau (Tivissa, Ribera de Ebro, 1972) es experto en incendios forestales, inspector jefe del cuerpo de Bomberos de la Generalitat de Cataluña y profesor de la Universidad de Lleida. Pasa todos los años varias semanas rodeado de llamas. Y otros tantos echando fuego por la boca, denunciando un sistema de gestión de incendios basado únicamente en la extinción y que, paradójicamente, acaba provocando fuegos mucho más devastadores. Reivindica las llamas (controladas) como fuerza regeneradora, cree que las sociedades urbanas están obsesionadas con conservar bosques condenados a muerte y dice que deberíamos centrarnos en propiciar los ecosistemas del futuro, cambio climático incluido, en lugar de intentar preservar los del pasado.

PREGUNTA. Todos los veranos nos pasamos semanas hablando de incendios, subrayando las catastróficas consecuencias y dando por hecho que todo va a ir a peor irremediablemente. ¿Es una manera correcta de enfocar el problema?

RESPUESTA. Tratamos los incendios forestales como si fuesen sucesos. Hablamos de lo que se quema, pero no entendemos la dinámica de los incendios. Al final, los incendios son perturbaciones dentro de un ecosistema y tienen un rol en la ecología de dicho ecosistema. Básicamente, son la forma mediante la cual nuestros ecosistemas se renuevan, se adaptan y se diversifican. Igual que sucede con otras perturbaciones como las nevadas, las inundaciones o las plagas. Esto es lo que no entendemos como sociedad.

P. ¿Qué deberíamos entender?

R. En los años 50, la España rural empieza a perder terreno. De la misma manera que había sucedido antes en otros países, el abandono rural trae aparejados incendios. Y se decide, como en Francia o EEUU, resolverlo mediante la extinción, con tecnología. Se empieza a tratar como una emergencia más. El problema es que no es una emergencia más.

placeholder Castellnou con su casco de bombero. (Cedida)
Castellnou con su casco de bombero. (Cedida)

P. ¿Y qué tipo de emergencia es?

R. Es un problema de gestión y de falta de madurez de nuestros ecosistemas, fruto de la forma en la que los hemos aprovechado y explotado. Cuando España se empieza a repoblar de bosques otra vez porque abandonamos nuestra sociedad rural, el fuego ya no se apaga en los campos de olivos, en los almendros o en las viñas, sino que tiende a propagarse. Para evitarlo, se monta un sistema de extinción de incendios. Así es como respondimos al problema en los años 70 y 80. Hasta que, de pronto, los incendios forestales han empezado a afectar a urbanizaciones, a pueblos, a polígonos industriales, etcétera. De pronto ya no es un problema forestal, sino de protección civil, con lo cual se agrava aún más la consideración de emergencia.

P. Dices que nuestros bosques no están maduros. ¿Qué quieres decir?

Es más fácil mirar las llamas, que es la parte visible del problema. Pero lo que hay detrás es un modelo de sociedad que decide tratar el problema actuando solo cuando aparece el fuego. Y esto te funciona durante un tiempo. Puedes mantener el equilibrio dedicando cada vez más recursos, pero antes o después se te va a volver a descontrolar.

P. ¿Por qué?

R. Ahora le echamos la culpa de todo al cambio climático. Pero el cambio climático lo único que ha hecho es mostrarnos el desequilibrio que tenemos en nuestros bosques. Sin la desestructuración de nuestro paisaje, no tendríamos el problema que tenemos hoy con los incendios, por mucho cambio climático que haya. Lo que pasa es que es mucho más sencillo pensar que todo esto ocurre porque alguien no hace bien su trabajo o porque hay intereses ocultos, o por el cambio climático. Es más fácil porque así no tenemos que hacer nada. Los incendios, es verdad, están quemando montes. Pero están quemando montes que están fuera de su rango climático, montes que se están adaptando al nuevo clima. Nosotros estamos generando ese cambio y, al mismo tiempo, estamos impidiendo que se adapten. Deberíamos ayudar a estos ecosistemas a adaptarse al nuevo clima, a ser bosques más maduros, menos simplificados, etcétera. El problema real que tenemos que discutir es la falta absoluta de conocimiento forestal.

placeholder Castellnou trabajando en sus labores profesionales. (Cedida)
Castellnou trabajando en sus labores profesionales. (Cedida)

P. Sostienes que muchos incendios no solo no son malos, sino que son necesarios para esa transformación de la que hablas.

R. Hay que distinguir con claridad en este punto. Los incendios que estamos viendo este verano están arrasando enormes extensiones, no son ni mucho menos naturales y no nos los podemos permitir porque crean grandes manchas irrecuperables. Pero el régimen natural de incendios, los incendios de baja intensidad, nos sirven para gestionar los bosques, para adaptar los bosques al nuevo clima y permitir esta evolución. Hay que ponerlo todo en perspectiva. Un incendio no es nunca algo bueno ni malo, igual que no lo son los grandes depredadores. El lobo se come al conejo, y eso para el conejo puede no ser agradable, pero tiene su rol en el ecosistema. Con el fuego pasa lo mismo. Cuando tenemos el ecosistema desequilibrado, el fuego hace su trabajo.

P. ¿Puedes desarrollar esta idea?

R. Los incendios forestales que salen en televisión están quemando grandes cargas de combustible que hemos ido acumulando a base de años de mala gestión. Y aquí entra la paradoja de la extinción. Cuando hay un pequeño incendio y lo apagamos, todo el mundo diría que estamos haciendo nuestro trabajo. Al año siguiente volvemos a apagar el mismo incendio, en el mismo lugar. De nuevo, estamos haciendo nuestro trabajo. Y nos podemos pasar así varias décadas recibiendo aplausos. Pero resulta que, mientras lo hacemos, ese bosque está cada vez más cargado de combustible. Como lo único que hago es apagar incendios, llegará un momento en el que ya no voy a poder apagarlo porque habrá tanto combustible que me va a desbordar. Se escapa a mi control y arrasa con todo. Y, cuando eso ocurre, en lugar de invertir en gestión forestal, lo que hago es pedir todavía más medios de extinción para que la próxima vez no se me escape.

P. ¿Cuánto más tiempo contengamos un incendio más grande va a ser ese incendio al final?

R. Piensa que cada vez tenemos más medios, y cada vez son más grandes los incendios. ¿Por qué? Porque cuanto más conseguimos contener los incendios, más grandes acaban siendo, más combustible tienen y más energía desatan. Si seguimos haciendo esto, antes o después van a superarnos y el ciclo vuelve a empezar porque reaccionamos pidiendo más medios de extinción, más tecnología y más personal para parar incendios que, por la paradoja de la extinción, van a ser cada vez más intensos. Se está produciendo una selección negativa. Es decir, para solucionar un problema estamos favoreciendo la peor parte del problema, mientras que la parte fácil del problema es la que estamos aniquilando.

placeholder Castellnou con un fuego de fondo. (Cedida)
Castellnou con un fuego de fondo. (Cedida)

P. ¿Y cuál es la parte fácil del problema?

R. Lo que quiero decir es que hay incendios de baja intensidad que nos ayudan, nos ayudarían, a vacunar nuestro paisaje contra los incendios de alta intensidad. ¿Los incendios de alta intensidad son buenos? Obviamente, no lo son. Pero hay que entender la selección negativa y la paradoja extinción para explicar lo que nos está pasando. Te pongo otro ejemplo. Todos sabemos cómo funciona el sistema inmunológico cuando te infectas con un virus. Desarrolla una cierta resistencia y te ayuda en la próxima infección. Pues básicamente un incendio de baja intensidad vacuna el monte frente a un incendio de alta intensidad. Lo hace más resistente y evita que suceda algo peor.

P. ¿Tiene el cambio climático algún papel?

R. Cuando todas las condiciones varían, el incendio te puede quemar aunque te hayas vacunado. Ahí aparece el cambio climático y los bosques se tienen que adaptar al nuevo clima que se está creando. Lo ideal sería tratar de mantener nuestros montes sanos, maduros y diversos, tener un mosaico agrícola, un mosaico forestal... El problema es que como sociedad no aceptamos el coste que tiene vivir en un entorno urbano. No asumimos que es inviable cerrar los bosques en una vitrina para protegerlos y que estén como nos gustan para ir de excursión de vez en cuando. Es un debate de modelo de sociedad, muy difícil de afrontar. Es más sencillo intentar atajar la emergencia cada verano y echarle toda la culpa al cambio climático, pero ya vemos que no está funcionando.

P. ¿Veremos algún día incendios como los de Australia que se comen pueblos enteros y amenazan grandes ciudades?

R. Los incendios que hemos visto en España este año ya entran dentro de la categoría de megaincendios, lo que llamamos incendio de sexta generación. Son incendios que pueden generar tormentas de fuego, como hemos visto en Zamora, en Las Hurdes, o como vimos el año pasado en Sierra Bermeja... En realidad, ya estamos ahí. Lo que no hemos visto de momento es que varios incendios empiecen a interaccionar entre ellos, montando un episodio a gran escala, como ha pasado en los países que mencionas. Pero ojo, que lo de este verano en Castilla-León y Galicia podrían haber provocado algo de este calibre. Son las semillas. No estamos tan lejos de que ocurra. Si no ha pasado es por la pericia de los sistemas de extinción. En 2018, en Europa empezamos a aplicar las lecciones aprendidas en Australia, en California, en Bolivia, en Chile... pensando que teníamos diez años de margen. Pero va mucho más rápido de lo esperado porque el cambio climático lo está acelerando de mala manera.

placeholder Castellnou durante un incendio. (Cedida)
Castellnou durante un incendio. (Cedida)

P. ¿Qué efecto tiene el cambio climático sobre lo que has explicado antes?

R. El gran problema es la temperatura, el constante aumento de la temperatura. El árbol, para vivir, tiene que transpirar agua de las raíces a la copa. Si los veranos son más largos y más calurosos, transpiran durante más tiempo y con más intensidad. Así que con los mismos recursos de siempre, no llega a final de mes. Es como una familia a la que le subes los precios año tras año, pero no le subes el sueldo. Al principio aguantan, pero acaban asfixiados y tienen que endeudarse. La cosa acaba mal. El cambio climático está haciendo esto con nuestros bosques, que no tienen más reservas y se ven obligados a cambiar, a transformarse para sobrevivir. No están sanos, son bosques estresados y sin reservas bajo un clima extremo. Y entonces llegan los incendios. Recuerda que esta oleada de incendios es global. Está pasando en todo el mundo porque están cambiando todos nuestros ecosistemas. La buena noticia es que tiene fin. Una vez que nuestros ecosistemas hayan hecho el cambio, se terminará y volveremos a una dinámica mucho más normal. Pero, por ahora, nos quedan 20 o 30 años de cambio.

P. ¿Los incendios y la gestión de los bosques tiene resultados similares en todo el mundo? ¿O hay diferencias entre el primer mundo y el mundo en desarrollo?

R. El primer mundo protege sus ecosistemas, se transforma en una sociedad urbana y aplica una agricultura colonialista. Nuestras grandes suministros de alimentos vienen de otras latitudes donde los costes son más bajos. Mientras, nuestros paisajes se van transformando. Europa ya tiene un 60% de superficie forestal a costa de abandonar la agricultura, de comprar alimentos fuera. Mientras, en esas otras latitudes se arrasan bosques y selvas para producir lo que comemos. Pero nosotros somos los más 'guays' con nuestra conservación, con nuestra gestión.

P. Sospecho que quieres decir que no lo somos.

R. No, porque, al protegerlos tanto, no los dejamos evolucionar y los estamos cargando de vegetación. Y encima aplicamos la selección negativa a cualquier incendio pequeño que se produzca, acelerando el aumento de combustible. Francia, que es el paradigma del sistema de conservación y extinción, está teniendo incendios que no hay tecnología que frene. Es un país que ha triplicado sus recursos de extinción desde la oleada de fuego de los años 90 y que ahora, en 2022, vuelve a verse sobrepasado otra vez. ¿Por qué? Porque sus bosques llevan treinta años acumulando energía. Y esos ciclos de treinta años son los que nos estamos encontrando en casi todo el mundo. A finales de los 80 se revolucionaron los sistemas de extinción. Ahora estamos tratando de hacerlo otra vez. Pero no es ningún secreto cómo va a acabar esto antes o después.

"Tienen que ir formándose ecosistemas diferentes. Con el clima actual, no podemos tener los bosques que había en los años 60"

P. Con incendios cada vez más grandes, ¿no?

R. Mira, el límite de capacidad de extinción de un frente de llamas está en los 10.000 kilovatios de energía por metro. Por encima de esas cifras es muy complicado que logres extinguirlo. En el incendio de este verano en Cataluña se produjeron 127.000 kilovatios por metro. Es decir, doce veces el límite de supervivencia. Cuando un incendio tiene esa capacidad, simplemente no puedes apagar el incendio. ¿Y por qué tenemos un incendio que libera tanta energía? Porque tenemos un clima extremo, pero también porque hay una enorme carga de vegetación en los montes. Si esos montes estuviesen sanos, gestionados, si estuviesen maduros, si hubiese herbívoros comiendo... el ecosistema estaría equilibrado y nada de esto pasaría. Pero tenemos bosques artificialmente mantenidos por una sociedad que no entiende lo que es un ecosistema. No entiende que un bosque no es un decorado, no es un cuadro. Es un ecosistema vivo que nace, crece y muere y evoluciona.

P. ¿Hay que dejar que los bosques se transformen y se adapten al nuevo clima? ¿Quizá con especies más resistentes a las altas temperaturas?

R. Tienen que ir formándose ecosistemas diferentes. Con el clima actual, no podemos tener los bosques que había en los años 60. Esto es lo que deberíamos entender como sociedad. La otra cosa que no entendemos es que los países ricos somos eminentemente conservadores. No me refiero a ser de izquierdas o de derechas. Somos conservadores porque queremos preservar todo como está y respondemos a los problemas, como el de los incendios, con una actitud defensiva. Tenemos que defendernos de los incendios, tenemos que apagar todos los incendios, tenemos que luchar contra todos los incendios. Queremos defender nuestros bosques, pero no entendemos que para que sobrevivan tienen que evolucionar, no pueden ser iguales para siempre. Las decisiones que tomemos no pueden estar encaminadas a proteger los bosques de ayer. Los bosques de ayer se están muriendo y no podemos hacer nada. Hay que dejarlos morir. Lo que tenemos que hacer es pensar y crear el paisaje del mañana. Estamos en un momento creativo, no es un momento defensivo.

Foto: Incendio en Artesa de Segre, en Lleida, el pasado día 15. (EFE/Ramón Gabriel)

R. Te he escuchado decir en algunas intervenciones que no quieres más recursos, más helicópteros, ni más mangueras, ni más bomberos.

R. Los sistemas de extinción necesitan recursos como los que tenemos y es evidente que siempre van a hacer falta bomberos y helicópteros. Pero no tiene sentido seguir pidiendo y pidiendo más y más medios cuando sabemos que hay incendios que no vamos a poder apagar porque son demasiado intensos. Lo que necesitamos no son más medios, sino paisajes que nos permitan apagar esos incendios. Si no tenemos eso, da igual cuántos helicópteros me den. Por volver a la analogía, necesitamos la vacuna, no más camas de hospital, ni más enfermeros. Lo que reclamamos es que de una vez por todas se invierta en el paisaje. Sin economía rural, sin paisajes variados y bosques sanos, no vamos a evitar nunca los megaincendios.

P. Este verano se ha hablado bastante de la sociología del incendio.

R. El 14 o 15 por ciento de los incendios son provocados y el 20 por ciento empiezan por causas naturales. El resto son negligencias o accidentes. Yo esto de la sociología del incendio lo llevaría a la cultura del fuego que había antes en los pueblos, y que sigue existiendo aún. Estos días en Pirineos tenemos las Fallas y la gente baja con antorchas por las laderas. Es una fiesta tradicional, con el solsticio de verano, el momento en el que tradicionalmente se quemaba todo el Pirineo para regenerar los pastos de la trashumancia. Esa misma quema de pasto, en el mundo ibérico, se hacía en enero, en San Antonio. De hecho, trashumancia significa "entre humos". Toda esa cultura del fuego es muy importante.

"Disminuyen los incendios de baja intensidad y aumentan los incendios de alta intensidad"

P. ¿La hemos perdido para siempre o está volviendo?

R. Nosotros estamos reintroduciéndola mediante quemas prescritas para regenerar algunos montes. Es curioso porque la idea ahora la hemos importado de Estados Unidos, que lo ha puesto en marcha en las Montañas Rocosas retomando costumbres caídas en desuso. Pero, paradojas de la vida, quienes introdujeron allí esas técnicas fueron precisamente los inmigrantes europeos, entre ellos algunos provenientes de España. Así que la cultura del fuego que Europa está importando de EEUU es la misma que despreciamos tras la Revolución Industrial. Toda esa sociología del fuego, todo ese conocimiento, toda esa cultura, están poco estudiadas. Las primeras ordenanzas municipales en el sistema ibérico, en Tortosa, son del 1412. En aquel año ya se regulaban los retenes de extinción y los retenes de quema del pasto. Y ahora, en el 2022, estamos aprendiendo eso para intentar salvar nuestros montes del cambio climático.

P. Quería acabar con un dato optimista. Hay estudios que indican que cada verano se quema menos masa forestal.

R. Bueno, lo que pasa es que el mundo se está urbanizando. A medida que más y más países se parecen a las sociedades occidentales, aumentan sus superficies forestales. El problema del que hemos estado hablando en toda la entrevista, el problema de Europa o Estados Unidos, está ocurriendo ya a escala global. Están disminuyendo los incendios de baja intensidad y están aumentando los incendios de alta intensidad. Por eso tenemos la sensación cada verano de que arde el planeta entero. Y, al mismo tiempo, estadísticamente se registra que cada vez se quema menos superficie calcinada. Tiene que ver con que cada vez hay menos sociedad rural, cada vez hay más espacio protegido, y cada vez hay más exclusión del fuego. Así que el problema de incendios incontrolables se va extendiendo por el mundo. No sé si es muy optimista.

Marc Castellnou Ribau (Tivissa, Ribera de Ebro, 1972) es experto en incendios forestales, inspector jefe del cuerpo de Bomberos de la Generalitat de Cataluña y profesor de la Universidad de Lleida. Pasa todos los años varias semanas rodeado de llamas. Y otros tantos echando fuego por la boca, denunciando un sistema de gestión de incendios basado únicamente en la extinción y que, paradójicamente, acaba provocando fuegos mucho más devastadores. Reivindica las llamas (controladas) como fuerza regeneradora, cree que las sociedades urbanas están obsesionadas con conservar bosques condenados a muerte y dice que deberíamos centrarnos en propiciar los ecosistemas del futuro, cambio climático incluido, en lugar de intentar preservar los del pasado.

Cambio climático Incendios Ecosistema Lo mejor de EC
El redactor recomienda